Naciste hace ya mucho tiempo en una familia relativamente acomodada. Aunque alguna vez te pudo parecer lo contrario, en realidad nunca te faltó de nada. Eres de los que cuando empiezan a comer piensan que tienen hambre, pero lo cierto es que el hambre es una sensación que no has conocido jamás. Y no es la única.
Tu infancia fue relativamente feliz, más que la de la mayoría de tus amigos. Recuerdas los veranos de tu niñez con especial calidez, inmerso en la vida, sin pensar en nada más que en qué sería lo siguiente que ibas a hacer. No te has dado cuenta hasta ahora, pero desde que dejaste la niñez no has hecho sino intentar recuperar esa sensación de sencillamente vivir, ajeno a todas las preocupaciones, uno con el mundo.
Luego, al terminar la niñez, aparecieron los primeros complejos, y con ellos las primeras frustraciones. Quizá fuera al revés. Fue en esta época cuando nacieron y arraigaron todas las malas hierbas que todavía no has sido capaz de arrancar. Trabajas en ello afanosamente, pero la tarea no parece tener un final. Desde esa época siempre has sido demasiado bajo o demasiado alto, demasiado delgado o demasiado gordo, demasiado listo o demasiado tonto. Siempre has sido demasiado algo.
A pesar de que crees haber acabado con la mayoría de tus complejos, sigues siendo una persona frustrada. Lo peor es que no sabes por qué. Eres inteligente, eres capaz, la gente puede confiar en ti. Sobre todo eres determinado. Cuando se te mete algo entre ceja y ceja te entregas con una pasión desenfrenada, como si ese algo fuera la solución a todos tus problemas, la clave de tu existencia. Sin embargo, al cabo de un tiempo, pasado el chute inicial, la pasión se disipa y te encuentras de nuevo en el mismo lugar, las manos vacías, la mirada perdida y una sensación de desánimo de la que sólo te conseguirás librar cuando encuentres el próximo chute. Y hasta entonces lo que haces es salir a dar vueltas por tu mundo interior preguntándole a la vida qué te puede vender ahora. La vida siempre te termina vendiendo algo, pero cada vez es más caro y de peor calidad. Y te está dejando hecho una mierda.
Te cuesta dormir. Joder, eso sobre todo. Pasas tantas horas en la cama como puedes pero te encuentras siempre agotado. Es una extraña sensación. Si lo piensas, no puedes recordar cuándo fue la última vez que te levantaste verdaderamente entero. Cuando te acuestas por las noches tu mente empieza a traerte imágenes. Son cosas que te gustaría hacer pero no puedes, o cosas que has hecho mal y que ahora tu cabeza trae de vuelta para que sepas lo poco que vales. El tiempo pasa y la función se acelera y al final hace el ruido de una locomotora. Cuando te consigues dormir no es porque tu cuerpo esté cansado, sino porque llega un momento en que el zumbido de tu mente es tan insoportable que terminas por perder la consciencia de puro agotamiento. Horas después, suena la alarma y te preguntas por qué tienes que levantarte y si lo que vas a hacer hoy de verdad tiene algún sentido. La respuesta te instala una desagradable presión en la boca del estómago.
Durante el día haces lo que podrías llamar tus obligaciones. Quizá estudias, quizá trabajas. No sabes muy bien por qué lo haces. En realidad no puedes decir que te apasione. Pasas la mayor parte de tu tiempo así porque no crees que tengas una alternativa, pero si pudieras elegir estarías en cualquier otra parte. De hecho, ya estás en otra parte. Te cuesta horrores concentrarte en lo que se supone que tienes que hacer. A los pocos segundos tu mente se encuentra en otro lugar, pensando y haciendo otras cosas. Tu cuerpo y tu espíritu pasan la mayor parte del día separados, y algo te dice que no debería ser así. Pero es tan difícil salir de donde estás. Miras a tu alrededor y te consuelas. Casi nadie tiene pinta de estar contento, así que por lo menos no estás solo. De hecho, a tu alrededor todo el mundo está bastante más jodido que tú, y este mísero pensamiento es lo único que alegra tu amarga existencia.
Eres una persona inteligente. Quizá no la más inteligente de tu entorno pero sí en un lugar destacado. A veces tienes tus momentos brillantes, y te gusta. Pero te has dado cuenta de que en cuanto asomas un poco la cabeza te llevas un martillazo, y es una sensación tan desagradable que has optado por adaptarte a la mediocridad que te rodea. La aceptación es una sensación reconfortante, pero sabes que estás desperdiciando tu potencial y ese pensamiento te come por dentro. En el fondo tampoco lo has hecho tan mal. Siempre tomaste las decisiones acertadas y, cuando no lo hiciste, el destino fue benévolo contigo. Podrías incluso decir que vives en el mejor de los mundos posibles. Hay que joderse.
Ni siquiera puedes estar contigo mismo. Y así pasan los días. No sabes muy bien adónde vas, y por eso sencillamente te dejas llevar. No tomas decisiones, no tienes ilusiones, no tienes ganas de nada, sólo das tumbos como el canto rodado que baja rebotando por el lecho del río esperando un día llegar al mar y que dejen de darle por culo. Hasta entonces tendrás que vivir con esa sensación en el fondo de tu alma de que hay algo más, de que mereces más, de que quieres más, de que das mucho y recibes poco .